Agustín Edwards habría mantenido contacto directo con golpistas el 11 de septiembre de 1973

 Publicado originalmente en Revista Plan B, Chile, el 21 de octubre de 2004


Comunicación telefónica ese día desde Barcelona probaría su participación concreta en la conspiración militar contra Allende

Patricio Zamorano

Agustín Edwards, dueño del diario El Mercurio de Chile y la cadena de periódicos de derecha que gira en torno a ese medio de comunicación, quizás nunca imaginó que un brindis un 11 de septiembre de 1973 saldría de las sombras de la historia para demostrar su vínculo directo con el golpe de Estado que derrocó al gobierno del presidente Salvador Allende.

Está documentado, sin embargo, el papel de El Mercurio en el proceso de desestabilización del gobierno de la Unidad Popular. Se sabe que la cadena recibió de la CIA un millón y medio de dólares para alimentar la contracampaña y la guerra sucia comunicacional contra el gobierno socialista. Se sabe que Edwards tuvo acceso privilegiado a las oficinas del presidente Richard Nixon y su asesor Henry Kissinger, y que su voz se hizo oír fuerte para centrar el miedo anticomunista en el país de Sudamérica.

Muchos periodistas han puesto orden a los documentos desclasificados por el gobierno de Estados Unidos. Está, por ejemplo, el trabajo completísimo de Peter Kornbluh sobre el papel que Edwards jugó en convencer al régimen de Nixon sobre la necesidad de centrar esfuerzos contra el gobierno democráticamente elegido de la Unidad Popular (The El Mercurio File, Columbia Journalism Review, Septiembre/Octubre de 2003, o en la página web http://cjrarchives.org/issues/2003/5/chile-kornbluh.asp).

“En una reunión de 15 minutos en la Oficina Oval [de la Casa Blanca] en la tarde del 15 de septiembre [de 1970], Nixon emitió su ahora famosa orden a [Richard] Helms [director de la CIA] para fomentar una iniciativa militar en Chile para evitar que Allende llegara al poder (…) Helms más tarde testificó ante la Comisión Church que ‘tengo la impresión de que el presidente convocó a esta reunión en la que tomé mis notas debido a la presencia de Edwards en Washington y lo que … Edwards estaba diciendo sobre las condiciones en Chile’”.

Champán francés

Sin embargo, todo este apoyo en los pasillos de Washington no fue lo único en la trama golpista de Augusto Pinochet y los demás oficiales de alto rango involucrados. Edwards habría tenido contacto directo con los militares que planeaban el golpe, de acuerdo a lo señalado por una testigo directa. Habría sido informado personalmente de los detalles y avances, y “brindó con champán” a la hora en que se confirmaba la muerte del presidente Allende, seguramente con las consecuencias para su negocio periodístico en mente, además de sus convicciones políticas pro intervencionistas.

Josefina Vidal, periodista, tuvo un chispazo de la historia chilena en sus manos una tarde de verano boreal, en Barcelona, un 11 de septiembre de 1973. Edwards se da un caro lujo y expone públicamente un hecho histórico delicado frente a una concurrida mesa.

“Fue una coincidencia que creo es bastante trágica porque aquel día 11 de septiembre [de 1973] había una cena de ejecutivos de PepsiCo. En aquella época yo estaba casada con una persona que era director financiero de la compañía en España”, me comenta Josefina con serenidad tres décadas después en Los Angeles, California.

(Edwards en su autoexilio luego del triunfo de Allende, es empleado en PepsiCo. Era directivo en Nueva York y viajaba a España con regularidad, especialmente a Barcelona, por motivos de negocios.  Su vínculo con esa empresa no era coincidencia. La periodista chilena Patricia Verdugo señaló en una entrevista a propósito de su libro “Salvador Allende: Cómo la Casa Blanca provocó su muerte”, que “[Donald] Kendall [presidente de PepsiCo] había financiado a Nixon luego de un fracaso político en California, hasta que llegó a la presidencia. Nixon se ve cercado por Kissinger, que le plantea actuar en Chile porque Allende constituye un peligro para la seguridad de Estados Unidos, y por Kendall, que lleva de la mano a su amigo chileno y dueño de la cadena El Mercurio, Agustín Edwards”).

Continúa Josefina Vidal: la cena era en “un restaurante bastante lujoso de la ciudad (…) Cuando llegamos, entre las ocho media y las 9 [de la noche] Agustín Edwards de El Mercurio ya estaba allí”.

-¿Recuerda el nombre del restaurante?

-Si, era el Vía Venetto, me acuerdo bien. Y él estaba ya en un estado de agitación extraordinaria. Vino a la mesa  donde todo el mundo estaba sentado y dijo “champán francés para todos”. Y todos nos quedamos un poco asombrados. “Sí, mi amigo el almirante [José Toribio] Merino ya se ha hecho cargo de la situación”. En fin, claro, fue una sorpresa. ‘Pues nada, ya saben, pidan lo que quieran, por que él es mi amigo…’, etcétera. Estuvo así, recuerdo, muy entusiasmado haciendo panegírico de lo que se suponía.

Edwards estuvo muy poco preocupado de la comida. El hecho de que estaba en un espacio público en comunicación constante con Chile demuestra el grado de triunfalismo que le inspiraba en los mismos momentos en que La Moneda ardía en llamas y un baño de sangre empezaba a dilapidar la democracia chilena.

“Entonces yo diría que no probó bocado esa noche porque anduvo todo el tiempo de una mesa al teléfono, del teléfono a la mesa, o sea que estaba continuamente en comunicación. Piensa que esa era la época en que no había teléfonos móviles, no se usaban”, acota Josefina. “Me acuerdo que estaba con su esposa, una mujer muy distinguida y amable. Empecé a hablar con ella de Neruda y ella dijo que le gustaba mucho su poesía. Nadie sabía entonces el trágico fin que también le esperaba al poeta”.

-¿Y ella no hizo alusión al carácter comunista del poeta?

-En absoluto, fue muy discreta, y no dijo nada más, pero sí que él [Edwards] la verdad es que no estuvo sentado mucho tiempo.

“Nosotros en Barcelona habíamos seguido el desarrollo de los acontecimientos, todo el mundo estaba muy pendiente, había una gran simpatía y solidaridad con los chilenos y Allende. Yo recuerdo los periódicos, que a cada momento pensabas que ya iba a pasar algo (…) Y claro, fue una coincidencia estar en esa noche con alguien que estaba muy vinculado al régimen [golpista]”, agrega.

-¿Usted sabía quién era Agustín Edwards?

-Sí, yo sabía que era el dueño de El Mercurio (…) Precisamente mi ex marido había estado en su casa en las afueras de New York un par de días cuando fue en uno de sus viajes de negocios. Claro, pero en aquel momento no sabíamos hasta qué punto él estaba involucrado. Y todo eso se hizo bastante claro esa noche tan trágica cuando él lo celebró con ese entusiasmo de brindar con champán francés.

Confirmación casi simultánea

Un dato vital: ¿a qué hora el almirante Merino, artífice del golpe interno en el alto mando de la Armada e identificado como el verdadero gestor de los movimientos conspirativos, se contacta con Edwards? Sabemos que el empresario periodístico ya estaba en el restaurante y que Josefina y su esposo llegan a las 8:30pm o 9pm. España en época de verano boreal está adelantada seis horas respecto a Chile. Si el brindis en que Edwards revela la confirmación de Merino sobre el éxito del golpe se produjo dentro de una hora luego de la llegada de los testigos (8:30pm o 9pm), implica que la llamada clave de Merino a Edwards (9:30pm o 10pm en España, 3:30pm o 4pm en Chile) fue en un lapso de una hora o un poco más desde la toma de la Moneda y la confirmación de la muerte del presidente Allende (alrededor de las 2:40pm). Es decir, existía una comunicación tal, de tanta fluidez y confianza, que Merino habría informado a Edwards personalmente en forma casi simultánea sobre los delicados hechos acaecidos en Chile.  “Mi amigo el almirante Merino ya se ha hecho cargo de la situación”, para recordar sus palabras. Luego, según Josefina, Edwards habría agregado “cualquier cosa que precisen, él es amigo mío…”.

Según se desprende de lo declarado por Vidal, no fue una llamada aislada. Edwards se mantuvo en contacto permanente: “El estaba muy ocupado, porque a cada momento le avisaban sobre el teléfono o se levantaba a llamar. A mí me chocó el hecho de que estuvo tan poco tiempo sentado en la mesa. Claro, tenía asuntos importantes que atender, ya me doy cuenta”.

-¿Hizo más comentarios esa noche, sobre Allende o la situación política?

-Diría que no mucho, él lo daba como algo sobreentendido, de lo que estaba hablando. Pero piensa que con excepción creo de mi esposo y yo, los demás todos eran personas de Estados Unidos.

-¿Cuál fue la reacción en el resto de los comensales?

-Bueno, la reacción principal fue de asombro. Más bien hubo cierto silencio, ¿no? A mí personalmente me afectó y me sentí muy mal de estar ahí en aquel momento porque me di cuenta. No sabíamos hasta qué punto qué había sucedido con el presidente Allende, qué había ocurrido con todo eso. No sabíamos que el palacio de La Moneda estaba en llamas. No conocíamos los hechos. Esto no lo supimos sino hasta después.

-¿Qué sintió entonces?

-Me sentí horrible, de haber tenido que estar compartiendo aquellos momentos que eran tan trágicos para el pueblo chileno y para el presidente Allende, con alguien que no diría que fuera responsable, pero que realmente se sentía completamente identificado con los que habían llevado a cabo el golpe. Fue muy triste.

Pese a todos estos antecedentes, en 2003 el Tribunal de Etica del Colegio de Periodistas de Chile rechaza una moción presentada por el director de la revista Punto Final, Manuel Cabieses, para expulsar a Agustín Edwards de la orden, por grave violación al Código de Etica. En él se establece que los periodistas deben estar “al servicio de la verdad, de los principios democráticos y los derechos humanos”; que el derecho a informar se debe ejercer de acuerdo con las normas éticas y no puede ser usado en detrimento de la comunidad o las personas; y que son faltas a la ética profesional  participar en violaciones a los derechos humanos, la censura, el soborno, el cohecho y la extorsión.

En un fallo del Tribunal Metropolitano se justificó no tomar medidas al considerar que las opciones ideológicas y políticas del propietario de un medio de comunicación para oponerse o defender un régimen político “entran en el campo de la libertad de conciencia, que un tribunal ético no puede juzgar”.

Cabieses apela al Tribunal Nacional y señala que la argumentación anterior era vergonzosa y que la acusación era contra el periodista Agustín Edwards, inscrito con el No. 88 en el Registro Nacional de la orden, y no contra el empresario. Agregó que “no eran materia de sumario sus opciones ideológicas, sino sus actos, que han violado el espíritu y la letra del Código de Etica del Colegio de Periodistas”.

El Tribunal Nacional argumentó que los antecedentes disponibles no permitían concluir “con plena convicción” que se hayan cometido las infracciones. Esto, no obstante los cientos de documentos desclasificados, el informe del Senado de Estados Unidos, investigaciones periodísticas, y ahora el propio brindis de Agustín Edwards…