El patio oscuro de la Casa Blanca: Los carniceros tras el nuevo mártir

Publicado originalmente el 29 de noviembre de 2008 en la revista El Periodista, Chile


Patricio Zamorano

La noche en que Barack Obama entregó su discurso de victoria presidencial muchos temblábamos, no necesariamente de emoción. Para los que hemos estado en el Grant Park de Chicago, la visión expuesta del nuevo líder presidencial de Estados Unidos a decenas de rascacielos del área, elevó un fantasma de magnicidio enorme, grande como los más de 100 mil personas que se dieron cita al margen del lago Michigan. Los magnicidios… Robert Kennedy sucumbió décadas antes a la misma brutalidad política de un Estados Unidos tensado por la guerra, la discriminación, una sociedad que se negaba al cambio, que ya había matado a Martin Luther King pocos meses antes, a Malcolm X, a JFK. Yo veía a Obama, llamando al encuentro entre las facciones demócratas y republicanas, que recogía los pedazos de una campaña fatal como pocas, y rearmaba un puzzle de reencuentro y sangre fría hacia el futuro. Una bala, me imaginaba, cortando el aire frío de Chicago en esa explanada, desde alguna de las miles de ventanas, un secreto francotirador cargado del odio de muchas generaciones, que desde la esclavitud sureña de un país aún construyéndose a punta de segregación y conquista del oeste, se negaba a aceptar que un afroamericano llegara al poder presidencial.

La tensión en mis sienes sólo se calmó cuando, en la transmisión televisiva, el paneo de la cámara se transformó en una visión general del escenario donde Obama concluía su discurso y recibía a su familia, y los millones viendo la pantalla pudimos apreciar los dos paneles de vidrio blindado a los lados del candidato. Pudieron eliminar el golpe comunicacional de esos paneles blindados durante todo el discurso, pero cuando éstos finalmente aparecieron en el encuadre, llegó un estallido de realidad, de miedo, de amenaza, de magnicidio.

Desde la muerte de Robert Kennedy el servicio secreto comienza a proteger a los candidatos presidenciales, y el tema en torno a Obama no es anecdótico. Hubo varios incidentes racistas y amenazas antes de la campaña, que dieron la nota más polémica durante las manifestaciones de McCain y Palin donde se escuchaban claramente los “mátenlo”, que nunca fueron del todo neutralizados por la candidatura republicana. Pero ese escenario de precampaña no cambió luego de la expresión de las urnas: se han recibido decenas de denuncias sobre gestos racistas después del triunfo. Han sido encontrados maniquíes ahorcados de Obama en Maine. La prensa y organismos de derechos civiles denunciaron estas últimas semanas muchos casos extra. Varios estudiantes de una escuela de Idaho cantaron alusiones a un posible asesinato de Obama. Una familia de Pennsylvania, birracial, descubrió una cruz incendiada en el jardín frontal de su casa (símbolo del acoso del Ku Flux Klan en el pasado). En California muchos autos fueron pintados con cruces esvásticas y mensajes pidiendo al presidente electo “volver a Africa”.

Dos académicos, Mark Potok, de Albama, y Brian Lewin, de California, coinciden en que las denuncias se han incrementado después de las elecciones de noviembre. También señalan que las actitudes racistas tienden a incrementarse ante estos hechos de fuerte carga simbólica. ¿Cuántos blancos sureños estarán pasmados frente a la elección de Obama como Presidente? ¿Cuántos estarán temerosos de una Presidencia donde un afroamericano controla el armamento nuclear, es comandante en jefe y tiene poder de veto a legislaciones? ¿Cuántos desequilibrados sueñan con pasar a la historia como carniceros de este nuevo mártir? Más de los que uno cree.

Este país está fuertemente segregado. La línea imaginaria que divide a los antiguos sur y norte de la guerra civil se mantiene aún como un manto tenue pero real. Washington DC está en el centro de la antigua frontera, la capital que recibió a los negros libres en su paso de huida hacia el norte, mientras a pocos kilómetros Virginia se mantenía férrea y porfiada en defender la esclavitud. Hay barrios negros y barrios blancos. Hay escuelas públicas negras y blancas. No hay segregación legal, abolida recién en la segunda mitad del siglo veinte, pero las escuelas públicas se llenan con los hijos de las zonas que los rodean, que tienen a ser homogéneas y centradas en ciertas razas o en ciertos orígenes.

Y los problemas principales no están solamente centrados entre negros y blancos. Existe una gran tensión entre afroamericanos y latinos, que comparten en muchas ocasiones ambientes similares en el plano laboral, las mismas áreas de pobreza, la misma discriminación. Hasta en el odio racial se igualan, con grupos supremacistas blancos que tanto atrapan a inmigrantes en la frontera con México como odian ver a Obama, con origen africano directo, en el sillón presidencial más poderoso del planeta. Ningún panel blindado podría detener esos sentimientos.