Columna publicada originalmente en Chileno.co.uk, de Inglaterra, el 19 de enero de 2013.
Version in English can be found here.
Patricio Zamorano, analista político
Washington DC
Cuatro empresas editoriales de alcance mundial han puesto su atención en el caso chileno en el último par de años. De ellas, todas han tenido que ver de alguna u otra forma con el movimiento estudiantil chileno de 2011-2012 (y aún activo) y, por extensión, con los problemas de gestión política del gobierno de Sebastián Piñera. Ahora, en los últimos meses, se suma la polémica decisión del gobierno de usar todo el rigor de la ley antiterrorista contra activistas mapuches acusados de actos de violencia en el sur de Chile. Piñera ha elegido una estrategia militarista en lugar de un acercamiento socio-económico a la compleja situación del pueblo mapuche, que lucha por la recuperación de sus tierras. El Secretario General de la OEA, el también chileno José Miguel Insulza, ha señalado recientemente respecto de esa política de aplicar la ley antiterrorista contra los activistas indígenas, que esa normativa “tiene una imagen internacional complicada”, y que esta debería ser eliminada. Asimismo, señaló que en la forma en que estaba siendo aplicada por el gobierno de Piñera, pareciera que solo se aplica en contra de los mapuches implicados en hechos de violencia.
El tema de la crisis estudiantil ha sido portada mundial. Primero, The Guardian nombra a Camila Vallejo como “persona del año” a fines de 2011. Poco después, el New York Times señala a Vallejo como “la revolucionaria más glamorosa del mundo”. En abril de 2012, The Economist calificó a Piñera de “inepto”, en una extraña adjetivación de un medio de corte conservador contra quien debería ser un supuesto “hijo predilecto” de la línea editorial. En el cuarto capítulo de esa atención “al más alto nivel” sobre el caso chileno, The Wall Street Journal, en el mismo mes de abril, acusó a Piñera de “débil e incompetente”, de haberse “izquierdizado” y de implementar políticas sociales como muestra de debilidad frente a la movilización estudiantil, que dicho sea de paso, gozó de alta legitimidad internacional e interna. La reforma estudiantil y el activismo generado en cientos de miles de jóvenes ha provocado una oleada de nuevos líderes políticos, que pese a su corta edad han comenzado carreras políticas para ser elegidos en el Congreso chileno, entre ellos Camila Vallejo, Giorgio Jackson y Camilo Ballesteros, además de nuevas generaciones de dirigentes como Noam Titelman.
Piñera, ¿defendiendo el rol del Estado?
El país, supuesto milagro macroeconómico, es una ilusión de desarrollo, que tiene una inmensa deuda: sanear la fuerte desigualdad de ingreso, laboral, educativa y en general de oportunidades que la Concertación no supo o no pudo remediar. Las consecuencias son clarísimas. Tras la agresiva aserción de The Wall Street Journal contra la “izquierdización” de las políticas públicas de Piñera como respuesta al movimiento estudiantil, nos encontramos con una paradoja histórica de proporciones, tras las palabras del ex secretario general de la Presidencia y actual ministro del Interior, Andrés Chadwick. El dirigente, que emigró desde la izquierda radical bajo la Unidad Popular al pinochetismo más comprometido, es una figura fuerte de la Unión Demócrata Independiente, partido que representa los valores más conservadores de Chile, con fuerte presencia del Opus Dei en sus filas. Cuando se publicó la fuerte crítica de The Wall Street Journal, Chadwick salió en su momento ante las cámaras de televisión defendiendo las políticas sociales de Piñera. “El Estado tiene que jugar un rol, de generar igualdad de oportunidades”, señaló como defensa a las fuertes críticas del periódico estadounidense. Y recordó que las críticas contra el gobierno de Piñera de parte del periódico “no eran de extrañar” debido a que el diario era un medio de comunicación “muy comprometido con la libertad económica y mundo empresarial”. Extrañas declaraciones de quien asesora a un Presidente cuya fortuna es una de las cuatro más poderosas de Chile.
Las palabras de justificación de un conservador como Chadwick defendiendo el rol de Estado son interesantes. Demuestran, en primer lugar, que The Wall Street Journal está en efecto en lo cierto, que el gobierno de Piñera ha tenido que “izquierdizar” su estrategia de políticas públicas. Pero que el tema de fondo va más allá de eso: demuestra que tras 20 años del término de la dictadura, existe en la actualidad un cúmulo de valores progresistas en lo político-económico en Chile sobre el que existe consenso en todos los sectores. La sociedad chilena ha aprendido de la debacle provocada por los años de políticas agresivas neoliberales en los noventa y que profundizaron la desigualdad (el gobierno de Frei en los noventa tuvo una peor distribución del ingreso que durante la dictadura). Ese proceso de avance hacia un rol más constructivo del Estado como ente regulador y protector de los sectores más vulnerables, abrió la puerta a un paradigma más centrado en la igualdad de oportunidades como base para el gran sueño de todos los grupos políticos: alcanzar niveles socioeconómicos de país desarrollado. Piñera no tiene otra opción sino continuar en ese camino.
Aprobación popular: mínimos históricos
Conocí personalmente al entonces senador Piñera en los noventa, mientras cubría como reportero a los partidos de derecha para el desaparecido periódico La Época. No concuerdo en absoluto con el adjetivo de “inepto” que le ofreció The Economist. Lo recuerdo como un dirigente inteligente y de línea dura en el juego político con sus adversarios internos del partido, Renovación Nacional, y especialmente de la UDI, aunque abierto en temas valóricos y sociales. Sin embargo, en esa época aún estaba fresco el escándalo que habían provocado grabaciones de audio donde se le escuchaba a Piñera dando instrucciones a un periodista amigo para ridiculizar en una entrevista televisiva a su contrincante en primarias presidenciales, Evelyn Matthei, su actual ministra del Trabajo. En esa época, por cierto, nunca se me cruzó por la mente que el pueblo chileno lo honraría con la Presidencia. Su carrera por el sillón presidencial parecía diluirse para siempre tras ese escándalo.
Piñera ahora gobierna con un bajísimo nivel de aprobación, que ha llegado al mínimo histórico de 26% según una encuesta de Adimark de abril de 2012. En la encuesta CEP de mayo de 2012 Piñera llegó a un 24 por ciento de apoyo, y en enero de este año 2013 alcanzó todavía un bajo 31 por ciento. Asimismo, un 61% considera que el gobierno ha actuado “sin destreza ni habilidad”. Un 52% desaprueba el manejo económico de Piñera, y un 63% expresa que el Presidente “no le da confianza”. Un 72% lo considera “lejano”.
El presidente errante
El presidente Piñera está enclaustrado en el realismo político al que no estaba acostumbrado, teniendo que abandonar todo su talento de empresario y emprendedor al que seguramente deseaba echar mano para prosperar como presidente, y en cambio ha tenido que invertir todo su capital político en una serie de crisis políticas y sociales a las que no ha podido dominar completamente. Esta falta de herramientas propias en el juego político se puede apreciar en Washington DC: ha desgastado la agenda comunicacional de promoción del país con el tema del impresionante rescate de los mineros en el norte de Chile en octubre de 2010, lo único sobresaliente del mensaje de la embajada en la ciudad por dos años. Bastó con que el presidente Obama nombrara el rescate en su mensaje anual ante el Congreso, para que Piñera se aferrara al tema como mensaje monotemático en la capital estadounidense. Hay que recordar, sin embargo, que Obama nombró en esa oportunidad el tema del rescate minero en Chile para destacar principalmente a la empresa y trabajadores estadounidenses que construyeron el túnel de evacuación que logró llegar primero hasta los trabajadores.
Asimismo, el presidente Piñera, en un acto de incomprensible estrategia política, nombró el año pasado al ex ministro de Educación durante la crisis estudiantil de 2011, Felipe Bulnes, como embajador de Chile en Estados Unidos, quizás el puesto diplomático más importante de la diplomacia chilena en el planeta. Durante la gestión de Bulnes como ministro, el gobierno ejerció una fuerte represión policial contra los jóvenes en las calles, y el conflicto llegó a un punto muerto, sin ninguna solución concreta. Incluso en la misma encuesta Adimark de abril del año pasado, a un año del comienzo de las manifestaciones estudiantiles, se evidenciaba aún un 72% de desaprobación a la forma en que el gobierno gestionaba el tema de la educación.
En otra muestra de su falta de conexión con la realidad política, Piñera aún mantiene en el gobierno al ministro Rodrigo Hinzpeter, también responsable político de la fuerte represión policial contra los estudiantes durante 2011 (Carabineros está ahora bajo el mando de ministerio del Interior, que fue dirigido por Hinzpeter en ese periodo). Además, Hinzpeter fracasó en el tema que había declarado como más importante de su gestión como ministro del Interior: la delincuencia. Esa área fue en abril de 2012 la peor evaluada de todas, con un 82% de desaprobación. En la encuesta CEP de mayo de 2012, Hinzpeter alcanzaba un 30% de aprobación. Recientemente, en noviembre de 2012, en lugar de sacar a Hinzpeter del gobierno, Piñera lo nombró ministro de Defensa…
En el mismo caso del ex ministro Bulnes, Piñera parece traicionar su propio pasado empresarial. La “gerencia exitosa” se basa en que las responsabilidades de gestión deben relacionarse directamente con los resultados, los errores de desempeño tienen consecuencias, y los éxitos, recompensas. Pero a dos ministros en puestos clave, Educación e Interior, con un pobrísimo desempeño, lejos de pedirles la renuncia y reemplazarlos, los ha premiado. Sobre Bulnes, Piñera declaró al aceptar su renuncia del cargo y nombrar a Harald Beyer que se requería en el ministerio “una persona que apacigüe los ánimos, introduzca más templanza, racionalidad, diálogo”, en decir, en forma clara enumerando las características fundamentales de las que careció Bulnes. En noviembre de 2011 Bulnes era el peor ministro evaluado según Adimark, con 34% de aprobación. Resulta incomprensible, entonces, que Piñera nuevamente arriesgue su capital político otorgando un premio de consuelo de envergadura, una embajada de alcance mundial, a quien lideró el manejo de una crisis, la educación, que más afectó la popularidad de su gobierno.
Una trampa “a medida”
Piñera ha caído en un proceso peculiar, en la misma trampa en que cayó la Concertación de Partidos por la Democracia. El conglomerado de centro izquierda tuvo que administrar y mantener parte de la herencia institucional de un gobierno anterior, en este caso, la dictadura de Pinochet, para otorgar un mínimo de gobernabilidad al país. Una situación comparable ahora mantiene al gobierno de Piñera en similares condiciones: un terrible terremoto y maremoto casi apenas iniciado su gobierno, y posteriormente el estallido social en torno a un sistema educativo en profunda crisis, provocó que Piñera tuviera que dejar pendientes políticas de mercado más agresivas y hacer, en cambio, un ejercicio de realismo político a favor de una agenda social urgente. En ese sentido, ha debido mantener un rol protector del Estado, en cierta forma obligado a continuar el espíritu asistencialista-social-estatal de la Presidenta Bachelet, altamente popular (la primera presidenta mujer de Chile dejó el poder con un máximo histórico de aprobación de 84%, según una encuesta Adimark de marzo de 2010). Asimismo, Piñera ha tenido también que soportar fuertes tensiones con sectores militaristas y radicales de su propia alianza de derecha ante la necesidad de mantener el avance en políticas de derechos humanos potenciado por Bachelet. Es decir, Piñera ha sido forzado por las circunstancias aún precarias de la situación social en Chile a llevar adelante una política continuista del bachelletismo y muchos de los valores a los que su propio sector se oponía.
De no haber habido terremoto en 2010 ni crisis social en torno a la educación, Piñera hubiera seguido el guión que tenía preparado en su vocación empresarial. Conceptos como “modernización”, “tecnología”, “generación de mercados”, “visión de futuro”, “inversión extranjera” e “innovación” hubieran sido las palabras clave de su discurso en el poder. Las ha tenido que cambiar por “crisis social”, “terremoto y reconstrucción”, “reforma educacional”, “pobreza”, “población necesitada”, “rol protector del Estado”, “desigualdad”, “derechos humanos”, “violencia callejera”, “reivindicaciones indígenas”. No es la presidencia con la que soñaba. No es el país que tenía incrustado en su ideal socio-político. Quizás por eso se explica su actuar errante en muchos temas clave, y la crítica de la población, incluyendo un amplio sector que votó por él, que le otorga pésimas calificaciones en las encuestas.
En ese sentido, Piñera no ha sido inepto en su gobierno. En rigor, no ha podido gobernar. O mejor dicho, para ser justos, no ha gobernado la Presidencia con la que soñaba…